La santidad es una llamada para
todos. Dios siempre ha invitado al hombre a buscar la santidad para asemejarse
cada vez más a Él. Si vamos a la Sagrada Escritura, encontraremos muchos textos
que nos hablan del llamado a la santidad, cada uno según el contexto en el que
se encuentra el receptor de este mensaje. Hoy, Dios nos sigue haciendo este
llamado. El Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica, quiere hacer resonar
este llamado a la santidad, en el contexto actual en el que vivimos (n.2), pues
es importante que el mundo reconozca la voz de Dios y trabaje en busca de esta
santidad, que tiene como premio la vida eterna.
La Iglesia necesita santos. Desde
sus primeros pasos, después de su elección como Sumo Pontífice, el Papa se ha
centrado en el tema de la santidad de la Iglesia y en varias ocasiones ha
mostrado, no sólo un perfil con rasgos de los santos, sino que también ha
dejado ver qué no es un santo. Él ha declarado que la Iglesia da a todos la
oportunidad de caminar en la santidad, buscando ese camino que nos une a Cristo,
recordando que al pecador no se le da la espalda, sino que se le anima para que
se encamine hacia la gracia. Los santos fueron personas normales, que
reconociendo su debilidad, se refugiaron en Dios para volverse fuertes en las
adversidades; ellos son ejemplos que nos animan a recorrer éste camino, pues
lograron la victoria y obtuvieron el premio que Dios les había prometido. Con
esto queda de manifiesto que la santidad no es nunca fingimiento, tampoco es perfeccionismo; santidad es la de aquellos
que “aun en medio de imperfecciones y caídas, siguieron adelante y agradaron al
Señor” (n. 3).
El Santo Padre ya nos ha dicho que
ser santo no es poner cara de estampita, es algo más profundo, que se alimenta
con pequeños pasos que se van dando en el lugar donde nos encontramos. El
camino para encontrar la verdadera felicidad es la santidad y esta puede
obtenerse dando pasos de imitación de Cristo; recorrer con esfuerzo lo que
Jesús ya ha recorrido nos llevará a la verdadera santidad.
Hoy
en día, el tema de la santidad parece haber pasado de moda; el querer ser santo
no es un deseo que alegre al hombre; es más, es posible que no se conozca sobre
el significado de este término, no porque no se anuncie o se diga, sino porque
nos hacemos sordos a lo que pensamos que es difícil y optamos por realizar lo
más fácil, sin desgastarnos, convirtiéndonos personas frías, que viven de lo
que venga y no buscan nada. El Papa quiere cristianos que busquen activamente
la santidad, cada uno en su ámbito y comunidad, fieles valientes, que no teman
querer alcanzar algo que parece imposible.
La
santidad a la que el Papa nos invita a buscar es esa que se puede encontrar en
el ambiente cotidiano, sin hacer cosas que sobrepasan nuestras capacidades;
basta que seamos alegres y que llevemos una sonrisa llena de amor a los demás,
practicando las obras de misericordia, siendo testigos fieles del Evangelio y
caminando con nuestra mirada puesta en Cristo, sin ignorar al prójimo, donde
está presente Él mismo. Es éste en verdaderamente el medio por el que se
alcanza la santidad, donde nos espera la gloria de Dios, junto a sus santos.
La
santidad hay que conquistarla, teniendo en cuenta que solamente el que
persevera puede obtener lo que se propone, el que no se desanima y persiste en
su lucha contra el mundo, tomado de la mano de Dios, ése será victorioso. “Dios nos quiere santos y no espera que nos
conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada”, escribe
el Pontífice al principio del texto magisterial (Cf. GE n. 1); esto nos indica
que la santidad es una llamada general en el mundo y que es dirigida
particularmente a cada hijo de Dios, que lucha por alcanzar el Reino.
Ser
santos, no puede ser una tarea difícil, ni mucho menos imposible, sólo basta
que nos llenemos de valor y que actuemos en éste momento siguiendo la voluntad
de Dios, porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió “para que fuésemos
santos e irreprochables ante Él por el amor” (Cf. Ef. 1, 4).
Seminarista: Israel Zavala Reyes
Primero de filosofía.
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