SENTIR CON LA IGLESIA
Sentir con la Iglesia fue el lema episcopal de Monseñor Romero.
No fue una simple frase decorativa, sino ante todo un compromiso como pastor
ante el pueblo que se le había encomendado. Con esta frase mostró su adhesión a los documentos magisteriales – tanto
universales como latinoamericanos-, a la Iglesia y a los pobres, como signo de
la misericordia de Dios.
Monseñor Romero, mártir por amor y por la justicia, vivió su lema “sentir
con la Iglesia”, como un Pentecostés, pues con la fuerza del Espíritu Santo y
como pastor con olor a oveja, no tuvo
miedo de sentir con la Iglesia los
dolores de los más necesitados, quienes eran víctimas de la injusticia social.
Su mensaje era alentar a los pobres y promover la paz. En los pobres veía los
verdaderos tesoros de la Iglesia; y, a imagen de su Maestro Jesucristo, quiso
acercarse, conocerlos y sentirlos.
La expresión “Sentir con la Iglesia” la podemos ver reflejada en tres
aspectos importantes de su vida y ministerio. Primeramente en su piedad que le llevó a confiar plenamente
en la gracia de Dios para evangelizar, pese a cualquier circunstancia adversa;
en segundo lugar la comunión con la
Iglesia expresada en su adhesión al Papa y fidelidad al magisterio de la
Iglesia; por último, su opción
preferencial por los pobres, que es una muestra viva del evangelio de
Jesucristo en donde el hará más hincapié: “
el Dios de los cristianos no tiene que ser otro, es el Dios de Jesucristo, el
del que se identificó con los pobres, el del que dio su vida por los demás, el
Dios que mandó a su Hijo Jesucristo a tomar una preferencia sin ambigüedades
por los pobres”. (Homilía del 27-05-1979). Su lema como arzobispo fue una
realidad que vivió intensamente, quiso construir una Iglesia que no estuviese
apoyada en los poderes de este mundo, sin privilegios.
Monseñor Urrutia cuenta en una entrevista que una vez el viceministro de
defensa preocupado por su seguridad le pidió asignarle un cuerpo de seguridad,
pero él respondió “son los pobres los que
necesitan seguridad”. Era un amor tan grande por su pueblo que no le
importó correr el riesgo ser amenazado a muerte: “Ahora la Iglesia – decía en una de sus homilías- no se apoya en ningún poder, en ningún
dinero. Hoy la Iglesia es pobre. Hoy la Iglesia sabe que los poderosos la
rechazan, pero que la aman los que se sienten en Dios su confianza… esta es la
Iglesia que yo quiero. Una Iglesia que no cuente con privilegios y las valías
de las cosas de la tierra. Una Iglesia cada vez más desligada de las cosas
terrenas, humanas, para poderla juzgar con mayor libertad desde su perspectiva
del evangelio, desde su pobreza”. (Homilía del 28-08-1977)
El ahora Beato es un ejemplo para seguir en nuestro proceso vocacional, porque
también nosotros estamos llamados a sentir
con la Iglesia y no estar ajenos a la realidad del sufrimiento del pueblo.
Jesús Edgardo Portillo
Primero de Teología
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