MARÍA, MODELO DE SANTIDAD

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La santidad perpetua de María implica en ella la exclusión de todo pecado, incluso venial durante toda su vida; así lo definió el Concilio de Trento. Pero no olvidemos que es una santidad que excluye el pecado; es decir, el acento debe recaer sobre la plenitud de gracia. La vida de María ejercita todas las virtudes. Como consecuencia de ese actuar virtuoso, queda excluido todo pecado. Lo positivo que María vive y de lo que está adornada, es la raíz de la exclusión de todo lo que es negativo y pecaminoso. El privilegio se ordena a que María sea palacio hermosamente ordenado para recibir en sí al Hijo de Dios, que de ella había de tomar carne. Llamados a ser templos del Espíritu Santo, es necesario que también nosotros, vivamos santamente, a la vez que excluimos de nuestras vidas, en la mayor medida posible, el pecado (el pecado venial semi deliberado no puede excluirse sin un privilegio especial de Dios, que la Iglesia conoce solo como concedido a María; cf. CONCILIO DE TRENTO, ses.6, Decreto sobre la justificación can.23.). Solo así seremos menos indignos de ser templos del Espíritu Santo.

Resulta posible y legítimo hablar de espiritualidad mariana como experiencia de fe cristiana unificada por el referente a María. Parece a sí mismo evidente que la espiritualidad mariana no constituye un paralelo de la espiritualidad cristiana, como si fuese concurrente o suplementaria. La espiritualidad mariana es la misma espiritualidad cristiana, aceptada y vivida en su globalidad de amor, de acción y de dedicación al Dios Trino.  
Su característica esencial consiste en la relación explícita y constante – bíblicamente fundada – que el cristiano experimenta en su existencia de fe respecto a María, la madre de Jesús, la cual se torna su maestra, su modelo y su ayuda eficaz. La existencia cristiana se impregna de virtud, de actitudes y de influencias marianas. Toda la vida queda ejemplarizada en María y de ella recibe soporte, asistencia e iluminación.
María asume la función carismática de guía hacia la comunión salvífica con el Hijo en la comunión y en la mediación sacramental de la Iglesia. La espiritualidad mariana es experiencia de configuración con Cristo según el ejemplo y con la ayuda de María, que vivió, la primera, ese itinerario de fe y que, como madre, ayuda a los hijos de la Iglesia a conformarse con su Hijo divino.

Sola o acompañada, María era para sí misma su mejor custodia. Reflexiva, cada paso sobre el suelo era nuevo progreso en la virtud. Puede el alma virgen tener custodios de su cuerpo, pero es ella misma quien ha de cuidar de sus costumbres. Los preceptos le servirán siempre que se ayude a sí misma practicando las virtudes, con las cuales, cada uno de sus actos se convertía en norma de santidad. María se fijaba en todos, como si de todos tuviera que aprender, y practicaba la virtud como maestra, no como discípulo.
Santo Tomás, hablando de la anunciación, afirma que el ángel veneró a María, cuando hasta entonces nunca se había oído que un hombre fuese venerado por un ángel. Los teólogos, reflexionando sobre esta plenitud de gracia, se han preguntado si la gracia inicial de María fue mayor que la gracia final de todos los ángeles y de todos los santos juntos.

La perfección en las virtudes y en los carismas, le hacen ser la criatura más perfecta, salida de las manos de Dios. No debemos olvidar que ella vivió una existencia plenamente humana, corriente y normal, a los ojos de los demás.
El Papa Francisco en la exhortación apostólica Gaudete et Exsultate (sobre el llamado a la santidad en el mundo actual), al final del documento dice: quiero que María corone estas reflexiones, porque ella vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús. Ella es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios; la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella no acepta que nos quedemos caídos, y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: «Dios te salve, María».

Ella es el mejor modelo en tu proyecto de vida hacia la santidad, solamente hay que dejarse guiar con sus ejemplos de virtud, de escucha y disponibilidad para con los demás. Por eso es la toda santa, la llena de gracia, la Madre Reina.


                                                                                                                  Josué Eliseo Toledo
                                                                                                                 2º de Teología

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