LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

El acontecimiento de la transfiguración es uno de los signos más importantes que Jesús manifiesta a sus discípulos, los cuales tienen la oportunidad de ver la gloria de Cristo y quién es él realmente.
Jesús cambia su aspecto, pero su naturaleza no. Les muestra a sus discípulos que él es en verdad el Hijo de Dios; y, como dice San Agustín, “que él es quien ilumina a todos los seres vivientes”. De allí que “los ojos de los discípulos vieron la luz que irradiaba, pero esta luz no solo iluminaba sus ojos sino también sus corazones”.
Ante la paz que brota de la iluminación del corazón, Pedro exclama: “Maestro que bien se está aquí, si quieres hacemos tres chozas”. San Jerónimo comentando esta frase petrina dice que “una sola tienda existe, la del Evangelio, donde están la ley y los profetas. El errar de Pedro está en confundir al Maestro con sus servidores”. La única tienda que debe existir en nuestro interior es la tienda donde habite Dios, en él es en donde todos habitamos y en él es en donde todo lo que habita tiene sentido.

El texto de la Transfiguración también detalla que Todavía estaba hablando Pedro cuando una nube luminosa se apareció. La nube es signo de la presencia del Padre y es esta la presencia que los cubre. Esta presencia divina invita a saber escuchar al Hijo encarnado, y esto quiere decir que hay que escuchar al Dios que se hace presente en la historia: “este es mi hijo amado en quien me complazco; escúchenlo”. Porque mediante la escucha de Cristo podremos estar con él en su gloria y comenzar hacer presente dicha gloria en nuestra historia.

La transfiguración, por tanto, no es solo un hecho pasado, puede ser un hecho presente, siempre y cuando el corazón humano está atento a esa presencia de Dios en su vida, presencia que le “habla” en lo más profundo de ser.
Maudiel Alexander Romero
Primer año de Teología 

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