LA VENERACIÓN A LA VIRGEN MARÍA



Es necesario explicar el significado de la palabra “veneración” que muchas veces tiende a confundirse con “adoración”. Venerar, es tener gran respeto y devoción por una persona; y adorar, es reconocer a alguien como ser supremo y, por tanto, amarle.


 La Iglesia nos presenta a María como Abogada, Auxiliadora. "Pero todo esto ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada nada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador" (S. Ambrosio). La luna brilla porque refleja la luz del sol. La luz de la luna no quita ni añade nada a la luz del sol, sino manifiesta su resplandor. De la misma manera, la mediación de María depende de la de Cristo, único Mediador.

El culto a María está basado en estas palabras proféticas: "Todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mí, maravillas el Poderoso" (Lc 1, 48-49). Ella será llamada bienaventurada, no porque su naturaleza sea divina, sino por las maravillas que el Poderoso hizo en ella. Así como María presentó a los pastores al Salvador, a los Magos al Rey, para que lo adoraran, le presentaran dones y se alegraran con el gozo de su venida, así el culto a la Madre hace que el Hijo sea mejor conocido, amado, glorificado y que, a la vez, sean mejor cumplidos sus mandamientos. María nunca busca reducir la gloria de su propio Hijo; y así es como lo ha entendido la Iglesia desde los primeros siglos, cuando oraban al Señor los discípulos en el Cenáculo en compañía de la Virgen Madre (Hch 1,14).

La santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo; en ella la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención, y la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansia y espera ser (SC 103).

La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano (MC 56). La santísima Virgen es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos, se venera a la Santísima Virgen con el título de Madre de Dios, bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades (CEC 971) María resplandece como Reina de los Ángeles y los Santos, anticipo y culmen de la condición escatológica de la Iglesia (RVM 10). 

El Espíritu Santo a inspirado a muchos la manera correcta de dirigirse a la Santa Madre de Dios, y también Ella se ha acercado a sus hijos con amor Materno para mostrarles ese camino de oración y de diálogo con Ella. Que ella sea nuestra estrella en el camino hacia el Sol de Justicia, que es Cristo, nuestro Salvador.


Josué Eliseo Toledo
Primer año de teología 

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