LA VENERACIÓN A LOS SANTOS


Cuando se contempla la imagen de un santo, nos remite a pensar que quienes se reúnen para adorar a Dios en nombre de Jesús, nunca están solos. La comunión de los santos une a todos los creyentes, trascendiendo las fronteras del tiempo y el espacio. Esta comunión con quienes han “muerto en el Señor” debe ser una viva realidad para los cristianos de todos los tiempos.

Se debe admirar a estos hombres y mujeres que hicieron algo más que dar un ejemplo edificante, se debe reconocer que adquirieron un aurea de trascendencia y poder sagrado, el poder que nace de la caridad. Su poder se extendía incluso más allá de sus muertes, de allí los milagros asociados a sus reliquias y a la invocación de sus nombres. De manera creciente, este poder milagroso se volvió un signo cierto de santidad.  

 Los santos son quienes, de alguna manera parcial, personifican el desafío de la fe en su tiempo y en su lugar. Al hacerlo así, abren el camino para que otros lo sigan. Por eso la sociedad tiene una siempre una imperiosa necesidad de los santos.

Ante una antropología que nos quiere imponer el mundo contemporáneo, desprovista de fundamentos básicos cristianos y en especial de valores éticos, los santos se presentan como mensajeros de solidez y de verdad, al mostrar al hombre en profunda relación y obediencia a Dios.

La actual ideología dominante de nuestra sociedad ha renunciado a las más certeras convicciones. La ideología reinante hoy es una primacía de lo económico por encima de lo puramente humano y espiritual, así como el permisivismo moral, todo lo cual ha provocado un profundo cambio y una enorme quiebra de los valores tradicionales.

La fuerza prepotente que proviene del complejo combinado financiero y político, apoyado a su vez en poderosos miembros de comunicación a su servicio, ha arrastrado a grandes masas de hombres y mujeres a un estado de secularismo y descristianización alarmante. Lo santos, al contrario, con el ejemplo de su vida y su mensaje de salvación, muestran a la sociedad actual que el hombre tiene su razón de ser y se realiza plenamente, si mantiene una comunicación profunda y vital con Dios.

Debemos tener muy presente que la gloria y la vida plena del hombre es Dios. El hombre sin Dios y sin una relación profunda con Cristo, el –hombre perfecto de la historia- se queda vacío de humanidad y en gran pobreza.

Conviene recordar las palabras del cardenal Suenens: “Al observar la figura de los santos es como un catecismo en imágenes; una ilustración de los valores contenidos en el Evangelio, para tratarlos con coraje y coherencia, a la vida cotidiana”.

Los santos son cristianos que, con sus propias características personales y respondiendo a los desafíos de su tiempo, han sabido asumir a la letra y con radicalidad el Evangelio. Sus vidas y sus obras muestran cómo Cristo continúa ofreciendo nuevos impulsos, a través de los siglos, para construir un mundo más inmerso en esa “civilización del amor” que constituye el proyecto de Dios sobre la familia humana.

Hay algo que tenía en común todos ellos. Posiblemente no se esforzaban en su vida por ser “santos”. Quizás se dedicaron seriamente a la tarea de ser humanos, comprendiendo esta vocación en el sentido profundo de la palabra. Comprendiendo que Dios nos ha creado para conocerlo, amarlo y servirlo en esta vida y gozar de Él en la vida eterna.

Lo santos no son seres humanos perfectos, pero fueron personas que siempre buscaron perfeccionarse y lo lograron. Por eso, ellos son, según las expresiones más acertadas de los santos padres, ojo para el ciego, pie para el cojo, consuelo en la vida, escudo que aparta las iras y enojos de Dios, estrellas que nos guían en nuestra peregrinación terrena hacia los cielos, verdadera imagen de Jesucristo y un gran modelo de perfección para cada uno de nosotros.



Sem. Nelson Joel Durán Pineda

2 de Filosofía

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