Desde los inicios de la Iglesia la
Santísima Virgen María aparece en el círculo de
los que oran constantemente. Así, se nos dice que “los Apóstoles, perseveraban en oración en compañía de unas mujeres, de
María la madre de Jesús…” (Cfr. Hch. 2, 13-14); esto deja ver la cercanía
de la Madre del Redentor con la Iglesia primitiva. Ella, “La llena de Gracia” (Lc 1,28) está ahí, esperando, pidiendo, orando
para recibir la plenitud del Espíritu Santo para la Iglesia. Ella, que es como
la primicia de entre todos los creyentes, y figura de Pentecostés, puesto que
había sido cubierta por el Espíritu Santo,tal como lo confirmó el ángel el día
de la Anunciación: “El Espíritu Santo
descenderá sobre ti y el poder el Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el
niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios”
La
Virgen María en este mundo estuvo presente en la Iglesia, en efecto, al ser
Ella la toda santa quiso Dios, no solo librarla de todo pecado, sino también ha
querido librarla de toda corrupción o descomposición material;en este sentido ha
querido que de manera anticipada a los demás cristianos,ella participe de la
gloria de su Hijo amado en el cielo, junto con todos los seres angelicales que
le dan gloria.De este modo, María sigue siendo signo de lo que espera todo
creyente; así lo enseña la Iglesia:
La
Asunción de la Santísima Virgen María es signo de lo que Jesús nos ha
prometido: la vida eterna. Hoy cada bautizado debería ver el icono de la Madre del Verbo, que vive
ya con su Hijo Nuestro Señor, anhelar vivir un día en esa gloria. Como la primera
comunidad de cristianos, que ella forme parte en nuestras plegarias para que
nos alcance por su intercesión poder llegar a participar de esa vida eterna.
Ella como madre espiritual de la Iglesia, nos muestra el camino de fe y
esperanza a seguir porque Ella ya lo ha recorrido.
Seminarista: Víctor Antonio Mejía
III de Teología
III de Teología
Comentarios
Publicar un comentario